jueves, 31 de marzo de 2011

La sangre de Gaitán sigue corriendo


El 9 de abril se cumplen 63 años del asesinato de Gaitán. Esa fecha marca el inicio de una ola de violencia en Colombia que no ha parado, aunque ya no tiene el significado político de entonces. Fidel Castro y Rómulo Betancourt estaban en Bogotá.


El 9 de abril de 1948 fue el día que se jodió Colombia: Asesinaron, en Bogotá , a Jorge Eliécer Gaitán y a Juan Roa Sierra. Gaitan era líder del Partido Liberal colombiano y uno de los más famosos penalistas de América. Nació el 26 de enero de 1903. Tenía 45 años cuando fue asesinado a la salida de su oficina, en una de las principales avenidas de la capital colombiana. Se disponía a almorzar con unos amigos para celebrar un nuevo triunfo como abogado, en la defensa de un teniente acusado de haber dado muerte a un periodista.

Para unos, el asesinato de Gaitán es el inicio del enfrentamiento civil que aún vive Colombia. Juan Roa Sierra fue señalado como el autor de los tres disparos contra Gaitán. La multitud se lo quitó a los policías que lo mantenían detenido en una farmacia y recibió tantos golpes, que sus familiares lo pudieron identificar por una cicatriz de una operación de apendicitis y por la forma de los pies. Era ex miembro del Ejército y de la Policía Nacional de Colombia.


El escenario


Para ese momento, en Bogotá se celebraba la Novena Conferencia Panamericana, donde “la estrella polar era el general George Marshal, delegado de los Estados Unidos y héroe mayor de la reciente guerra mundial, y con el resplandor deslumbrante de un artista de cine por dirigir la reconstrucción de una Europa aniquilada por la contienda”. (Vivir para contarla, Gabriel García Márquez, “Vivir para contarla”, Grupo Editorial Norma, 2002, pág.334). Había representaciones de todos los países latinoamericanos. Por Venezuela, el jefe del grupo era Rómulo Betancourt, quien se había entrevistado con Gaitán el 7 de abril. En forma paralela pero con menos publicidad, se organizaba un Congreso Estudiantil. El motor era un joven cubano, estudiante de Derecho, que había conseguido el respaldo de Venezuela luego de conversar con el presidente Rómulo Gallegos, a quien admiraba como intelectual y como persona. Era Fidel Castro, quien ese 9 de abril, a las 2:30 de la tarde, tenía una cita con Gaitán: “Yo tenía una impresión realmente muy buena de Gaitán. La tuve en primer lugar, porque en eso influyeron las opiniones absolutamente mayoritarias y la admiración de los estudiantes que se habían reunido con nosotros. La tuve de la conversación con él; un hombre con su tipo indio, sagaz, muy inteligente. La tuve de sus discursos, especialmente de la Oración por la Paz, que era realmente el discurso de un orador virtuoso, preciosista del idioma y además elocuente. La tuve porque se identificaba con la posición más progresista del país y frente al gobierno conservador. La tuve como abogado también por lo brillante que era. Es decir, brillante político, brillante orador, todas esas cosas me causaron una impresión muy grande y al mismo tiempo nos agradó mucho su apoyo, el interés con que él había tomado nuestras ideas sobre el congreso de los estudiantes y la facilidad, la disposición y la generosidad con que nos apoyó”. (El Bogotazo: Memorias del olvido, Arturo Alape, Edit. Casa de las Américas, 1984, págs. 647-648). Al principio algunas voces señalaron a Castro y a otros estudiantes cubanos de haber dirigido el caos que reinó en Bogotá cuando se supo que Gaitán había sido asesinado. En la entrevista que le hizo Arturo Alape, él niega esa intervención: “... te puedo asegurar que lo del 9 de abril fue una explosión espontánea completa, que ni lo organizó nadie, ni lo podía organizar nadie”. Sin embargo descarta que el asesinato haya sido iniciativa de un solitario: “Tal vez los que organizaron el asesinato lo hicieron para eliminar un adversario político”. Para García Márquez, el desdichado Juan Roa Sierra no era el diablo que pintaban y por años le ha rondado la misteriosa intervención de “un hombre alto y muy dueño de sí, con un traje gris impecable como para una boda, la incitaba (a las cuadrillas de limpiabotas) con gritos bien calculados. Y tan efectivos, además, que el propietario de la farmacia subió las cortinas de acero por el temor de que la incendiaran. El agresor, aferrado a un agente de la policía, sucumbió al pánico ante los grupos enardecidos que se precipitaron contra él. “Agente –suplicó casi sin voz-, no deje que me maten. “Nunca podré olvidarlo. Tenía el cabello revuelto, una barba de dos días y una lividez de muerto con los ojos sobresaltados por el terror. (...) Fue una aparición instantánea y eterna, porque los limpiabotas se lo arrebataron a los guardias a golpes de cajón y lo remataron a patadas (...) al cuerpo macerado sólo le quedaban el calzocillo y un zapato”. Años después, como periodista, García Márquez comenzó a sospechar que el hombre trajeado elegantemente, “había logrado que mataran a un falso asesino para proteger la identidad del verdadero”.


Epígrafe


Según todos los testimonios de aquella época, el asesinato de Gaitán fue el hecho más repudiable de la violencia política que se vivía en Colombia. Con la firma de Pedro Beroes, Últimas Noticias publicó una nota titulada “Guerra civil en Colombia” (11-3-48, pág. 4), donde se refiere a ese ambiente: “Pese a la colaboración liberal en el gobierno, el terror reaccionario de los conservadores invadió la escena política colombiana, y particularmente en los Departamentos de Santander del Norte y del Sur se dejó sentir con inusitada violencia, sin que la ola turbia de las represalias respetara la condición, el sexo y ni siquiera la edad de sus inermes adversarios políticos”. Ha pasado más de medio siglo y la lección está ahí, al pasar la frontera. ¿Fue un asesinato organizado por el gobierno? ¿Por la oposición? No se sabe. Sólo se sabe que el pueblo colombiano ha sido el único y gran perdedor.

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